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Memoria u olvido: la lucha del día después

  • Foto del escritor: Acción Católica
    Acción Católica
  • 21 may 2020
  • 3 Min. de lectura

Redactado por Diego Víquez


No olvidarnos de lo que estamos viviendo, esa será la lucha que debemos dar en el futuro.

No olvidar que hace mucho no teníamos contactos entre nosotros, que ha sido el encierro y la distancia los que han despertado en nosotros la añoranza del contacto físico, sensorial.

Esta es tal vez, la síntesis que nos faltaba hacer como generación, que la virtualidad sirve solo en caso de emergencia o de necesidad, pero que el contacto físico y la presencia real, no puede ser sustituida con ninguna llamada virtual o mensaje de texto.

Es una necesidad de volver a la experiencia, al hecho, a la carnalidad, a lo real. La imagen que nos llega a la pantalla, es la antítesis de la experiencia, del hecho, del descubrimiento. Hasta ahora, pensábamos que al verlo, lo vivíamos, lo sabíamos, lo conocíamos; en estos días hemos visto que lo real, pasa por la piel, el olfato, el tacto, nos hemos dado cuenta de nuevo, de modo brutal, que la experiencia importa más que la foto.

Toda esta cultura de lo visual, es esencialmente una cultura de lo fugaz, del instante, así como la imagen se ve y se olvida, hemos terminado llevando esto a todos los escenarios vitales, todo se llena de rapidez, fugacidad y olvido. Así, el ocio, la diversión y el entretenimiento pasan a ser los motores existenciales y todo o se ve desde esta óptica o sirve para, es decir: trabajo para subsidiar el ocio y la diversión, ya no para construir un mejor destino común; mis vínculos con las otras personas son para entretenerme o divertirme o pasar el ocio; la sexualidad es para lo mismo, ya no expresión de un afecto y de un vínculo, sino puro entretenimiento.

Sartre decía, en boca de uno de sus personajes, que el infierno era el otro, ahora sabemos que sí puede ser el infierno, o puede ser un bien enorme, depende de cómo decidamos vincularnos con los demás; por ello, no queda más que ocuparnos de él, porque puede ser nuestra salvación o nuestra condena, pero no podemos nunca más olvidarlo: la tarea que se nos impone, es que nos ocupemos de todos, para que todos estemos bien, la Humanidad, como puede verse, es un pequeño vecindario, en el que, aún por conveniencia, debemos aprender a vivir bien.

Dentro de esta vuelta a lo real, se nos manifiesta también la necesidad de introducir los hechos dentro de la actividad económica. No sé si estaremos ante una vuelta de la economía de lo real, de los bienes y de los servicios, pero si resulta sospechoso que se hable de perder lo que no existe, este reinado de la economía financiera, es altamente dudoso cuando la respuesta para muchos que viven de ella, es comprar lingotes de oro. Esta lujuria desenfrenada de las finanzas, de puños de dinero virtual que aparecen y desaparecen de un día para otro, han tenido su mentís viral.

Dentro de este enorme derrumbe de toda la cotidianidad y del orden social tal y como le hemos venido viviendo desde hace al menos 25 años, existe un factor que ha venido cada vez más en declive, el cristianismo como factor interpretativo de la realidad, dador de significado y temperador de la conducta humana. Lo que ha venido sucediendo con él, ha sido una suerte de efecto colateral: se rompió primero con la institucionalidad y el rito derivados del cristianismo y luego se ha venido rompiendo y olvidando también como conjunto de ideas, como pensamiento, como filosofía, como proyecto de vida.

La vigencia de la propuesta cristiana fue el resultado de haber sido una respuesta razonable al sentido religioso del ser humano, no al ritualista, sino a las exigencias de significado y de felicidad que todos poseemos. La pregunta que cabe formularse es si es que ya no tenemos dichas exigencias, si ya no ocupamos significado, cosas que permanezcan y resistan el embate del tiempo, razones para levantarnos cada mañana. Creo que sí, aún requerimos un conjunto de ideas, una propuesta que nos explique el para qué de la vida y que nos permita orientar nuestras acciones en función de dicho para qué.

A estas alturas de la pandemia, y con la historia escribiéndose, el reto que tenemos todos, es vivir estos acontecimientos, convirtiéndolos en experiencia, es decir, haciendo un juicio diario de lo que estamos viviendo, y negándonos, el día después, a olvidar lo que estamos aprendiendo con tanta dureza.



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