top of page

El fin de un mundo

  • Foto del escritor: Acción Católica
    Acción Católica
  • 20 may 2020
  • 3 Min. de lectura

Redactado por Diego Víquez


Podríamos estar presenciando, no el fin del mundo, sino el final de un mundo, ha dicho Castells. Es decir, podríamos estar ante el inicio del fin de una forma de comprender y de vivir toda la dinámica social. Finalmente, las emergencias, como afirma Harari, no hacen más que adelantar los procesos históricos. Los cambios que se veían venir y que no sucedían por las razones que fueran, pueden acelerarse ante las urgencias que la necesidad plantea, no existe mayor acelerador del cambio que la necesidad, lo que tenemos que mantener en la mirada, es la posibilidad de que estos cambios, hechos al calor del momento, puedan convertirse en la nueva constante, que no tengan marcha atrás.

La totalidad de los fenómenos sociales, está sufriendo transformaciones marcadas, deberíamos preguntarnos entonces, o al menos contemplar, la posibilidad de que estos cambios hayan venido para quedarse al menos por un buen tiempo. Otro aspecto que juega a favor de la permanencia de los cambios es la ansiedad que genera lo imprevisible, lo que no se contamplaba, lo que se impone, Häbermas lo afirmaba recientemente: “la incertidumbre -ha dicho- no solo se refiere a la gestión de los riesgos de la epidemia, sino también a las consecuencias económicas y sociales, completamente imprevisibles”.

Asistimos de entrada, a variaciones sustanciales en la praxis social de una serie de ámbitos, costumbres, hábitos y actividades, que eran consideradas los bastiones fundamentales del estilo de vida, y sobre los que pesa hoy, al menos el virus de la sospecha:

La economía: ¿cómo podrá volver a ser solo financiera?; ¿cómo seguir creyendo solamente en el flujo de capitales y mercancías, olvidando los mercados locales y su demanda, que aunque tal vez modesta, es capaz de garantizar la vida diaria de todos.

La forma de trabajar: ¿eran necesarias tantas reuniones, de tanta duración, con tantas personas, que obligaban a desplazarse horas en auto y consumiendo energía y combustible?; ¿se requiere tanta gente en espacios cerrados y mal ventilados y sin luz solar?

La forma de interrelacionarnos: volvemos a poner atención en quiénes constituyen el entramado real de la vida, más allá de la diversión y del aturdimiento

El tiempo libre: entendido como objetivo último de la vida, al punto de que se ha venido trabajando para subsidiarlo; ¿podrá seguir siendo como se ha venido viviendo?

La higiene: ¿volveremos a abrazarnos, a darnos la mano, a estar sin distanciamiento social? ¿O esto planteará un giro un tanto “nórdico” en nuestras formas de relacionamiento y de socialización?

La alimentación: ¿entenderemos finalmente que somos lo que comemos?; ¿comprenderemos que el cuerpo es capaz de enfrentar la enfermedad según lo hayamos alimentado? O más aún, ¿comprenderemos que un alto porcentaje de las enfermedades que nos aquejan tienen su origen en lo que comemos?

La sexualidad: ¿entenderemos el riesgo y el valor de un beso o de acostarse con alguien nuevamente?

La religión: la dimensión comunitaria y celebrativa de la fe, deberá repensarse; total, el núcleo no tan duro de los practicantes, han experimentado la virtualidad de la fe y parecen no estar tan a disgusto.

Esto a nivel estrictamente doméstico, pero deberíamos pensar en escenarios aún más amplios y cuyas prácticas pareciera que deberán replantearse: los vuelos aéreos ( hoy nos parece increíble cómo hemos viajado así, encerrado hasta 12 horas con 300 personas más ). La acentuación, por vía de la evidencia, de la desigualdad entre los grupos sociales o la inmensa fragilidad de los países que hemos llamado desarrollados. Punto y aparte, merece una consideración sobre las tentaciones totalitarias que se podrían generar, al tener la posibilidad de aplicar tanto el poder sobre los ciudadano, bajo el pretexto del “bien público”.

Cambios que probablemente intuíamos que había que hacer, pero cuya aplicación ha llegado de forma precipitada e impuesta, por la emergencia. Se impone entonces, como colectivo y como individuo, una enorme tarea reflexiva, para que analicemos con calma, qué cambios queremos que permanezcan, qué cosas queremos que vuelvan a ser iguales y a qué cambios le haremos reformas, con tal de que no sean ocurrencias coyunturales, que luego nos pasen facturas.

ree

Comentarios


bottom of page